Vas caminando, el cielo está despejado, la brisa suave acaricia tu piel y todo parece en calma… hasta que ves un trozo de basura en el camino. Tu mente se engancha a ese pequeño detalle negativo y, sin querer, empaña todo lo demás. ¿Te suena? No es casualidad: es el sesgo de negatividad en acción.

Este mecanismo mental nos hace prestar más atención a lo negativo que a lo positivo. Es la razón por la que puedes recibir diez cumplidos y quedarte rumiando solo la crítica, o por la que un comentario desagradable en redes sociales pesa más que cien likes sinceros.

Desde la neurociencia y la psicología sabemos que este sesgo es parte de nuestro diseño evolutivo. En el pasado, notar el peligro primero podía salvarnos la vida. Hoy, ese «radar de amenazas» sigue activo, aunque muchas veces lo que detecta ya no representa un peligro real, sino estrés cotidiano, incertidumbre o juicio externo.

¿Y qué consecuencias tiene vivir bajo ese filtro? Afecta a tu autoestima, frena tus ganas de arriesgarte, enturbia tus relaciones y hasta puede empujarte hacia hábitos poco saludables para calmar el malestar emocional. En resumen: sabotea tu bienestar.

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La buena noticia es que podemos entrenar nuestra mente para neutralizar ese sesgo. Aquí van algunas prácticas sencillas pero potentes para empezar hoy:

Y si sientes que los pensamientos negativos te abruman, te paralizan o no te dejan disfrutar lo bueno, recuerda que no tienes que enfrentarlo sola. A veces, pedir ayuda a un profesional es el primer acto de amor propio. Escucha tus respuestas: ¿te cuesta confiar? ¿sientes esperanza? ¿puedes disfrutar del presente? Si la respuesta es “no”, es momento de priorizarte.

El sesgo de negatividad no es tu enemigo: solo es un patrón que puedes reconocer, entender y transformar. A través de prácticas conscientes, puedes reequilibrar tu mente y reconectar con una mirada más justa, serena y luminosa sobre ti y el mundo.

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